20 de junio 2020, solsticio de verano, para entrar con buen pie y con mejor energía en el verano, decidimos reunimos en la playa. Sería las 20:30h, aún no había atardecido y nos decantamos por un lugar cercano, lleno de memoria familiar y acogedor.
Creamos nuestro pequeño ritual, donde un pequeño altar se llenaba de frutas sembradas en la primavera y elementos como el agua de mar, la tierra y el fuego completaban la ofrenda. Nos conectamos con la tierra, con la naturaleza, a partir de la lectura de una oración hacia las guardianas de cada uno de los puntos cardinales y a través de una visualización conectamos nuestro útero con la Tierra, con las hermanas y con el universo, sintiéndonos así, infinitas.
Con el pequeño fuego que hicimos, quemamos romero, lavanda, y todo aquello que queríamos dejar atrás, de lo que habíamos aprendido y ya no lo queríamos en nuestra vida y en nuestro cuerpo.
Por último, compartimos, nos reímos, nos cuidamos, nos expresamos, en torno a la comida compartida, la confianza, las miradas de complicidad, fue una noche mágica.